Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces. – Santiago 1:17.
¿No es que partas tu pan con el hambriento…? – Isaías 58:7.
Cuando empezamos a ganar nuestro sustento, estimamos que lo merecemos
debido a nuestros propios esfuerzos, a nuestro trabajo. Pensamos haberlo
merecido, pero no olvidemos que el alimento es un don de Dios. No sólo
es él quien da la salud y las fuerzas para trabajar y alimentarse, sino
que también da a la tierra su fertilidad. El hombre puede sembrar y
regar, pero es Dios quien da el crecimiento 1ª a los Corintios 3:6.
Pidamos, pues, a Dios que satisfaga cada día las necesidades de
nuestros cuerpos Mateo 6:11, y no dejemos de darle las gracias por todo
lo que él nos da. Es un Padre bondadoso, fiel a sus promesas. ¿Para qué
preocuparnos? Un niño no se preocupa por sus alimentos, pues sabe que
sus padres le darán lo que necesita. Contemos con Dios con la misma
confianza. Por más difíciles que sean las condiciones de nuestra
existencia, un día podremos decir como David: “Joven fui, y he
envejecido, y no he visto justo desamparado” (Salmo 37:25). Entonces
alabaremos a Dios por su fidelidad, pues veremos cómo se hizo cargo de
nosotros supliendo a todas nuestras necesidades físicas y espirituales.
Nadie debería pedir a Dios el sustento diario olvidándose de aquellos a
quienes les falta. ¡Que el Señor nos vuelva capaces de pedir, recibir y
compartir nuestro pan de cada día con los demás!
Fuente:Amen-amen.net
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