Yo juzgo que mi oración es más poderosa que Satanás; si no fuera así,
Lutero habría sido tratado de una manera muy diferente hace mucho
tiempo. Sin embargo, los hombres no verán ni reconocerán las grandes
maravillas o milagros que Dios efectúa en mi favor. Si abandonara la
oración por un solo día, perdería una gran parte del fuego de la fe.
Antes de Pentecostés los apóstoles tuvieron solamente vislumbres de la
importancia de la oración. Pero el Espíritu que descendió y los llenó en
Pentecostés eleva la oración a su posición vital y decisiva en el
Evangelio de Cristo. El llamamiento a la oración a todos los fieles
constituye la demanda más alta y exigente del Espíritu. La piedad de los
santos se refina y perfecciona por la oración. El Evangelio marcha con
pasos tardos y tímidos cuando los santos no hacen largas oraciones
temprano en el día.
¿Dónde están los líderes cristianos que pueden poner a orar a los
santos modernos y enseñarles esta devoción? ¿Nos hemos dado cuenta de
que estamos levantando una colección de santos sin oración? ¿Dónde están
los líderes apostólicos que pueden poner a orar al pueblo de Dios? Que
pasen al frente y hagan el trabajo, será la obra más grande que puedan
realizar. Un aumento de facilidades educativas y de recursos pecuniarios
sería la maldición más terrible si estos elementos no estuvieren
santificados por oraciones más fervorosas y frecuentes. Pero una
devoción profunda no vendrá como algo natural. La campaña para los
fondos del siglo veinte o treinta no beneficiará sino dificultará
nuestras oraciones si no somos cuidadosos. Sólo producirá efecto una
acción específica y bien dirigida.
Los miembros más distinguidos deben guiar en el esfuerzo apostólico de
radicar la importancia vital y el hecho de la oración en el corazón y
vida de la Iglesia. Únicamente los líderes que oran pueden tener
seguidores en la oración. Los líderes que oran producirán santos que
oren. Un púlpito que ora dará por resultado una congregación que ore.
Necesitamos grandemente de alguien que ponga a los santos en la tarea de
orar. No somos una generación de santos que oran. Los santos que no
eran son un grupo mendicante que no tiene ni el ardor, ni la belleza, ni
el poder de los santos. ¿Quién restaurará esta brecha? Será el más
grande de los reformadores y apóstoles el que ponga a la Iglesia a orar.
Consideramos como nuestro juicio más sobrio que la gran necesidad de la
Iglesia en ésta y en todas las épocas es de hombres de una fe
avasalladora, una santidad sin mancha, un marcado vigor espiritual y un
celo consumidor; que sus oraciones, fe, vida y ministerio sean de una
forma tan radical y agresiva que efectúen revoluciones espirituales que
hagan época en la vida individual y de la Iglesia.
No queremos decir hombres que causen sensación con sus planes
novedosos, o que atraigan con agradables entretenimientos; sino hombres
que produzcan movimiento y conmoción por la predicación de la Palabra de
Dios y por el poder del Espíritu Santo, una revolución que cambie todo
el curso de las cosas.
La habilidad natural y las ventajas de la educación no figuran como
factores en este asunto, sino la capacidad por la fe, la habilidad para
orar, el poder de una consagración completa, la aptitud para ser
humilde, una absoluta rendición del yo para la gloria de Dios y un
anhelo constante e insaciable de buscar toda la plenitud de Dios,
hombres que puedan encender a la Iglesia en fervor a Dios; no de una
manera ruidosa y con ostentación, sino con un fuego quieto que derrita y
mueve todo hacia Dios.
Dios puede hacer maravillas con el hombre a propósito. Los hombres
pueden hacer milagros si llegan a consentir que Dios los dirija. La
investidura plena del espíritu que transformó al mundo sería
eminentemente útil en estos días. La necesidad universal de la Iglesia
es de hombres que puedan agitar poderosamente para Dios todo lo que les
rodea, cuyas revoluciones espirituales cambien todo el aspecto de las
cosas.
La Iglesia nunca ha marchado sin estos hombres, ellos adornan a su
historia; son los milagros permanentes de la divinidad de la Iglesia; su
ejemplo y hechos son de inspiración y bendición incesante. Nuestra
oración ha de ser porque aumentan en número y poder. Lo que ha sido
hecho en asuntos espirituales puede verificarse otra vez y en
condiciones mejores. Esta era la opinión de Cristo. Él dijo: "De cierto,
de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las
hará también; y aun mayores hará; porque yo voy al Padre." El pasado no
ha limitado las posibilidades ni las demandas para hacer grandes cosas
por Dios.
La Iglesia que se atiene únicamente a su historia pasada para sus milagros de poder y gracia es una Iglesia caída.
Dios quiere hombres elegidos, hombres para quienes el yo y el mundo han
desaparecido por una severa crucifixión, por una bancarrota que ha
arruinado tan totalmente al yo y al mundo que no hay ni esperanza ni
deseo de recuperarlos; hombres que por esta crucifixión se han vuelto
hacia Dios con corazón perfecto.
Oremos ardientemente para que la promesa que Dios ha hecho a la oración se realice más allá de lo que imaginamos.
Fuente:impactoevangelistico.net
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