martes, 10 de abril de 2012

Antes de la caída, la soberbia


Antes de la caída, la soberbia

Las civilizaciones son como puentes construidos para una época, parecen indestructibles en su tiempo, pero llegan a desmoronarse ante el peso de exigencias mayores, de no edificar una sociedad con bases morales suficientemente sólidas.
Y el puente se quiebra otra vez… si al­guien pudo describir desde una pers­pectiva Teísta bíblica –esto es, desde la consideración de un Dios Creador, pero siem­pre en relación abierta, de libertad consciente del hombre– los ciclos de emergencia, gloria y caída de sociedades humanas, este fue el filó­sofo cristiano Francis Schaeffer (fallecido el año 1984). Él comparó las civilizaciones a puentes construidos para una época, los cuales pare­ciendo indestructibles en su tiempo, llegan a desmoronarse ante el peso de las exigencias mayores de maquinarias más pesadas, diga­mos, las secuelas, cada vez más abrumadoras, de no haber construido una sociedad con bases morales suficientemente sólidas.

En su obra “¿Cómo debemos entonces vi­vir?”, y a través de trece capítulos formidables, los cuales analizan desde la era del Imperio Ro­mano hasta la de manipulación global de las élites de nuestros tiempos, Schaeffer propone que en realidad, los progresos y sofisticaciones políticas y económicas de la historia de edades y sociedades, terminan en esquemas similares en los que se justifica la tiranía política, es de­cir, de manera invariable, aunque sutilmente, se centralizan el poder y la toma de decisiones, y con ello, se asegura también la centralización de poder económico en una élite. Esta descrip­ción incluye a las edades en que, en diferentes grados, las fuertes bases morales del cristianis­mo constituyeron el cimiento de los “puentes” o edades de Europa. Erosionada la base por agentes corrosivos, el puente se cae…

No se puede decir que estemos ante esce­narios diferentes. Habiendo ampliado merca­dos de ambos, bolsillos y mentes, a través de la globalización, y una cada vez más sofisticada electronalidad, el mundo no es sino la réplica de lo que el hombre hizo en otras edades. Si en un momento, todos los caminos conducían a Roma, hoy, un sistema financiero sin fronteras geográficas –perpetrado a través de piezas de plástico rectangular de aparente e ilusorio gran poder- nos conduce al mismo mundo hedonis­ta, de tragamonedas, que se niega a reconocer límites o arbitrio alguno. E igualmente, a pesar de que no está funcionando, sino más bien ca­yéndose aparatosamente, estamos siendo testi­gos de la terquedad y la negación de la verdad. Exactamente eso: somos los testigos de esta era de un puente que se desmorona por negar la verdad de que hay una moral cierta y que sin ella, ningún esquema político ni económico puede tener éxito.

Algo interesante y clave a notar y entender es cómo la carencia de bases morales que ha caracterizado a todo imperio, ha conducido, luego del apogeo, y el inicio de los problemas –cuando empieza a notarse que el puente se está resquebrajando- no a un cambio de direc­ción, sino todo lo contrario, al endurecimiento y al cinismo. Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída es la altivez de espíritu1, describe otra vez a la perfección lo que estamos atestiguando en nuestros días. No es que falte una voz moral en Occidente post-cristiano, al contrario, hay aún autoriza­das voces levantándose, pero estas parecen –por lo que se ve en los medios- ahogarse y lo más probable, lo que se debe esperar, y aún lo mejor que puede pasar con una sociedad moralmente caduca es que llegue a la quiebra total, al menos, si no hay un reconocimiento de su propia falencia moral…. Y es que la­mentablemente una cultura caduca padece de puntos ciegos. Por ejemplo, es ahora común encontrar que los cristianos en Norteamérica creen que el capitalismo es el sistema oleado y sacramentado, o que está bien no dar docu­mentos a inmigrantes y que estos deben irse por respeto a “sus leyes”, muestra del olvido de principios bíblicos muy básicos.

Para ilustrar el cinismo utilicemos tan solo un ejemplo: en el año 2009, Bernard L. Madoff, ex-presidente de Nasdaq, propietario de Ma­doff Investment Securities (BMIS) de asesora­miento e intermediación bursátil, uno de los inversores más dinámicos de los últimos 50 años y considerado el intermediario financiero favorito de los ricos de Florida y Manhattan, fue condenado a 150 años de prisión por eje­cutar una de las mayores estafas financieras a manera de fraude piramidal. Según abundan­tes fuentes electrónicas, ya en prisión Madoff habría afirmado que para él, estar preso era una liberación, pues estando en la cima de un gran fraude -que habría causado pérdidas de 50.000 millones de dólares a sus clientes- se en­contraba ya hastiado de tener que mantener la farsa ante “ancianos mezquinos y avariciosos que se lo merecían”. Lo que es importante no­tar, más allá del cinismo, es que Madoff no es el signo único de una corrupción y avaricia, sino más bien la cara visible en el mundo financiero de una colectividad anónima pero vasta, cuya conciencia está marcada por la ambición sin lí­mite. Madoff no es sino el rostro de una psique colectiva.

Es vital que en este tiempo, las voces mora­les de sociedades que están pasando por una aurora en su historia, hagan un trabajo repetiti­vo, concientizador, docente, levanten su voz y prevengan a la sociedad “emergente” en la que se hallen, del triunfalismo que tan fácilmente se expresa en estos tiempos. Brasil es ahora po­tencia mundial, y Merkel abraza afanosamente a Rousseff, ante el hecho de que las arcas bra­sileras pueden ahora inclinar la balanza del poder mundial. Países como Perú, Colombia, Panamá anuncian sus marcas, sus comidas, sus “sites” turísticos, y se regodean en los pro­nósticos que los colocan en las listas de los más poderosos en un cuarto de siglo. Pero en todos estos países los crímenes indescriptibles, la co­rrupción –especialmente la debilidad de sus instituciones judiciales- las brechas de ingreso, la pobreza y la ignorancia constituyen aún ma­les que hacen de nuestra bulla emergente algo patético. ¿O hay algo más patético que una so­ciedad rica pero corrupta, necia e ignorante? ¿Qué hay más exasperante y temible que un necio con riquezas? ¿Que una neo-Roma po­derosa gobernada por los nerones y calígulas de este tiempo? La emergencia de nuestras so­ciedades es real y precisamente para impulsar una mejora sostenible en el tiempo y un legado estable a otras generaciones debemos tener el empuje y el rostro de pedernal necesarios para construir, como si fuera el puente de esta era, nuestros esfuerzos en verdades irrefutables, basadas en la lógica y la comprobación, en la identidad del hombre y la mujer, la humanidad innegable del no nacido, el valor del matrimo­nio heterosexual que es - no los impuestos- el verdadero sustento y núcleo del Estado fuer­te, la responsabilidad del empresario de sacar adelante a su comunidad… En todo campo, en todo quehacer, hay una labor fundamental que requiere de preparación bíblica seria, de valor y de carencia absoluta de temor al hombre o apego a la conveniencia. La labor recién empie­za, y antes que jactancia, los verdaderos enten­didos de “países emergentes” deberán exhibir prudencia e inteligencia: Que no se alabe tanto el que se ciñe las armas como el que se las des­ciñe.

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