viernes, 15 de junio de 2012

“Tengo un Padre Divino que siempre estuvo a mi lado”

El testimonio de Elizabeth Namay es una historia en la cual parecía que no había esperanza alguna de felicidad. Pero la intervención divina convertiría su tristeza en felicidad.

Con solo cinco años, sus padres se divorciaron. La violencia en el hogar crecía cada vez más, razón por lo cual ambos firmaron un documento en el que daban por disuelta su unión, a pesar de que habían conocido años atrás la Palabra de Dios.

Su infancia fue dura, pero todo empeoró cuando su madre rehízo su vida con otro hombre. Cumplidos los 12 años, Elizabeth no toleró la presencia de la nueva pareja y optó por abandonar su hogar y dejar la selva peruana para vivir en Lima. Ella, junto a sus tres hermanas, se vieron sumamente afectadas por esa decisión.

Golpe al corazón

Tras este episodio, la vida de Elizabeth se desarrolló con relativa normalidad, hasta que una noticia cambiaría el rumbo de su existencia. Una llamada telefónica le anunciaba la repentina muerte de su madre. Fue así sintió que Dios la había abandonado por completo.

Para intentar recuperarse de tan terrible golpe decidió empezar a acudir a discotecas y fiestas para así disimular el gran vacío que albergaba su corazón.

No obstante, Dios siempre actúa en el momento preciso. Cada vez que ella caminaba por la calle podía ver y escuchar a grupos de hermanos predicando el evangelio en plazas y mercados. Esto la remontaba a su infancia en la que le hablaron de un Padre Celestial que podía cambiar la vida del ser humano.

Esperanza para Elizabeth

Fue así que en medio de una reunión de amigos empezó a llorar. “Sentía que lo que hacía no le agradaba a Dios”, cuenta la protagonista de esta historia.

Poco después de este evento empezó a asistir a una congregación en la que revivió la llama que estaba apagada en su ser. Pero la obra de Dios se debía completar.

Cierto día recibió una invitación para asistir a un templo del Movimiento Misionero Mundial. Tras el mensaje pasó al altar, sintió que alguien tocaba su hombro y una voz que le decía que “todo estaba perdonado”, cayó rendida y arrepentida ante esta experiencia celestial.

Ese fue el punto de quiebre que necesitaba. Desde esa ocasión decidió seguir a Jesucristo hasta la muerte y hasta hoy sigue peleando la buena batalla de la fe.

Fuente:mmmperu.org.pe

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