jueves, 29 de diciembre de 2011

El Apóstol de los Gentiles

 TAGS:Pablo, el apóstol que extendió el Evangelio por las naciones. Fue un siervo de Dios, un soldado de la Palabra del Señor.
La figura del apóstol Pablose reviste de importancia capital en relación con el llamamiento de la Iglesia; y aun concediendo todo su gran valor a la obra de los demás apóstoles y siervos de Dios en el primer siglo, Pablo descuella por encima de todos –excepción hecha del único– desde el punto de vista de la historia general de la Iglesia. Jesucristo es el único que puso el fundamento, siendo siempre incomparable y preeminente en todo. Pero después de Él, Pablo era el primero como heraldo y adalid para la extensión del Evangelio entre las naciones.
Su comisión como predicador del Evangelio. La actividad apostólica de Pablo se distingue por cinco rasgos externos que notamos a continuación.

Pablo era el mensajero para los gentiles.Esta labor complementaba armoniosamente la de los apóstoles a la circuncisión, ya que Dios le encargó de forma especial que proclamase “entre los gentiles el Evangelio de las inescrutables riquezas deCristo”(Gá. 2:7-10; Hch. 15; Ef. 3:8; Col. 1:25, 27; 1 Ti. 2:7; 2 Ti. 1:11). La declaración de Efesios 3:8 que hemos notado, empieza con las palabras “a mí”, en oposición enfática en el griego, por lo que Pablo subrayó el carácter especial de su comisión.

Pablo era el mensajero pionero. Pablo sintió la vocación de llevar el mensaje de salvación a regiones sin evangelizar, dejando a los nuevos convertidos la tarea de continuar la obra de extender el Evangelio en las regiones que él había abierto a la luz (Ro. 15:20). Consideraba que su labor como misionero consistía en establecer focos de luz –es decir, iglesias locales enseñadas a sentir su responsabilidad en el Evangelio– principalmente en ciudades importantes. Trabajó, pues, en Filipos que era la primera ciudad de aquella parte de Macedonia (Hch. 16:12), como también en Corinto, gran centro comercial de Acaya, en Atenas, el principal centro intelectual de Grecia; en Éfeso, una ciudad principal de la provincia de Asia, y finalmente en Roma, metrópoli del mundo civilizado occidental.
Desde estos centros, la luz del Evangelio debía esparcirse por los distritos circundantes (1 Ts. 1:8), mientras que Pablo seguía adelante, pensando que en tales religiones “no tenía más lugar”para su servicio especial, aun cuando las iglesias se hallaban rodeadas de centenares de miles de paganos inconversos; pues él, según su plan especial, había “llenado todo el Evangelio de Cristo”. Hacer otra cosa sería “edificar sobre fundamento ajeno”(Ro. 15:19, 20, 23). Se calcula que Pablo debía de haber viajado por lo menos 24.000 kilómetros.

Pablo era mensajero para las grandes ciudades.Pablo escogió como centros de sus actividades en el Evangelio los grandes centros de la cultura griega, como evidencian los conocidos nombres de Antioquía, Troas, Filipos, Tesalónica, Atenas, Corinto y Éfeso, esforzándose después de llegar a Roma, la metrópoli del mundo civilizado y gran punto de reunión de las gentes.
Su esfera de trabajó determinó hasta las expresiones y metáforas de sus mensajes, que se sacan de la vida normal de las ciudades. El Señor Jesús predicaba mayormente al aire libre, ante auditorios de campesinos y aldeanos, valiéndose, por lo tanto, de metáforas relacionadas con la vida del campo. En cambio Pablo, quien enseñaba principalmente en las grandes urbes, utilizaba preferentemente ilustraciones propias de su medio.

En términos generales, quería ser hecho “a los judíos como judío”y a los gentiles como gentil, pero además de eso, quiso ser de forma especial hombre de ciudad para ganar a los moradores de los grandes centros de civilización. El Maestro hablaba más frecuentemente de las aves del cielo, de los lirios del campo, de los pastores, de los sembradores y de las siegas; pero es más típico de Pablo discurrir sobre el juez que absuelve al reo de la deuda que se perdona, de la armadura del soldado (Ef. 6:13-17), de las órdenes del comandante (1 Ts. 4:10) y hasta de los acontecimientos deportivos y del teatro (Fil. 3:14). Decide echar mano de todo cuanto pueda servir para aclarar el mensaje del Evangelio ante los hombres de las ciudades y hacer llegar el mensaje a su corazón.

Hallaba la mayoría de sus ilustraciones en el ambiente de los juzgados, los cuarteles y los campos de deporte, de modo que hallamos en sus escritos técnicos (legales, militares y deportivos) destacándose quizá entre todas las metáforas jurídicas y comerciales. Observa el panorama mundial de su día, interesándose en la poesía y la filosofía de las esferas no cristianas que le rodeaban, como también en ciertos detalles de la religión y cultura de los pueblos que visitaba. Así pudo hablar con los atenienses de su altar, y a los corintios de los juegos olímpicos que se celebraban cerca de su ciudad (Hch. 17:16-19; 1 Co. 9:24-27).

En fin, Pablo distaba mucho de ser un mero estudiante libresco, soñador y poco práctico en los asuntos de la vida normal. Tampoco era un teólogo que hablaba de verdades abstractas en lenguaje técnico, incomprensibles para el “hombre en la calle”, ni disfrazaba su mensaje en los melífluos tonos de un sermoneador. Era hombre de su época –ciudadano de una urbe notable, Tarso– que sabía unir la santificación con una mentalidad abierta a los temas de su día, y viviendo a la luz de la eternidad, no perdía de vista el tiempo presente.

Pablo era el mensajero para los puertos de mar.Si prestamos atención a la filosofía y a la posición geográfica de las grandes ciudades que se destacan en los viajes de Pablo, será evidente, como alguien ha dicho, que “tenemos que buscar el medio ambiente del apóstol principalmente allí donde soplan los aires del mar”, o sea, en relación con el movimiento marítimo de los pueblos. Sobre todo su actividad misionera se desarrollaba en el área del mar Egeo con los puertos que lo rodeaban, donde se hallaban Troas, Tesalónica, Atenas, Corinto y Éfeso. También Antioquía y Roma tenían trato con el mar a través de sus puertos, Seleucia y Ostia.

Son obvias las ventajas de concentrar esfuerzos evangelísticos en los puertos de mar, pues tenían un acceso mucho más fácil que las ciudades provinciales del interior. Además –aparte del invierno cuando la navegación era peligrosa– los viajes marítimos eran más rápidos y seguros que los terrestres. Había buenas carreteras, pero se viajaba más despacio por ellas, y Pablo mismo indica que no estaban exentas de peligros: “peligros de ríos, peligros de ladrones”(2 Co. 11:26). El historiador Plinio hace constar que se invertía solamente cuatro días en el viaje desde España a Ostia, puerto de Roma, y dos días desde el norte de África al mismo punto. Tan frecuentes eran ciertos viajes marítimos, que hubo servicio diario de salida desde Alejandría hasta la provincia de Asia.

Pablo y sus compañeros gozaban de una gran ventaja lingüística pues entonces el griego era la lingua franca del intercambio mundial, y naturalmente, se había extendido mucho más en los puertos de mar que no en el interior de los distintos países. El misionero pionero no estaba sujeto, pues, a la necesidad de aprender idiomas, aquel obstáculo que tanto tiempo consume, de modo que el Evangelio podía adelantarse triunfalmente a pasos agigantados.

De igual modo, en la segunda etapa de la obra, después de seguir delante de los apóstoles, el Evangelio podía extenderse más rápidamente desde las iglesias de los puertos de mar que de las otras en el interior. Durante la estancia de comerciantes, visitantes, marineros y otros viajeros en los puertos, se ofrecía la posibilidad que escuchasen y recibiesen el Evangelio. Luego, por cuenta propia, podían ser ellos mismos misioneros que llevasen el mensaje de salvación a muchas nuevas regiones y tierras. Así se extendía notablemente el área de operaciones, relacionándose después los nuevos centros con los ingentes esfuerzos del apóstol, quien se preocupaba por enviar a sus colaboradores del círculo más íntimo a puntos estratégicos o necesitados.

Pablo era mensajero con un plan estratégico.Se ve pues que las actividades de Pablo en el Evangelio se planeaban de la forma más práctica posible, lo que justifica la frase: “la estrategia misionera de Pablo”. Toda la obra es tan sistemática, se subordina de tal forma a la finalidad prevista, los anteproyectos están concebidos con tal acierto para la extensión mayor y más rápida del Evangelio, que no podemos por menos reconocer un plan bien estudiado que determinaba todos los movimientos del apóstol.

Con todo eso no era Pablo quien ideaba el plan, sino el Señor a quien Pablo servía, como se destaca de la visión que recibió en Troas, pues por ella, aparte de todo impulso personal, y sin meditar un plan propio, el apóstol fue llamado a evangelizar las tierras de Macedonia y de Grecia (Hch. 16:8-11). Aquel llamamiento determinó, sobre la base de una clara dirección divina, que el occidente –las razas europeas que descendían de Jafet, y no las orientales– había de ser el escenario principal para el despliegue de las maravillas del Evangelio.

Hay casos en los cuales Pablo había proyectado ciertos viajes pero “el Espíritu no les dejó”, siguiendo Pablo la nueva ruta indicada por iniciativa divina (Hch. 16:6-7). Con toda razón, pues, se habla de la estrategia misionera en la labor de Pablo, pero hemos de recordar que, fundamentalmente, no era la de Pablo sino la de Cristo; no la del embajador, sino la del director; no la del heraldo, sino la del Señor de la empresa toda. Cristo era el Adalid, y Pablo seguía; Cristo dirigía, y Pablo culminaba en la senda señalada; Cristo, cual jefe soberano, daba sus órdenes, y Pablo, cual soldado obediente, obedecía. El mismo tituló “apóstol” indica esto, ya que se deriva de apostello (“yo envío”) (2 Ti. 2:3; 4:2; 2 Co. 6:7; Ef. 6:10-20; Hch. 22:21; 13:4; 1 Co. 1:17; 2 Co. 5:20).

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