jueves, 29 de diciembre de 2011

Las lecciones del pasado


¿Cuál es el modelo político para alcanzar el bienestar y el desarrollo de los pueblos? Una mirada a la historia trae una respuesta: las naciones con fundamentos del Cristianismo Bíblico tienen mejores esquemas sociales.

Los demócratas griegostuvieron que hacerlo: Cuando las demes observaron que alguien emergía como un peligro para el poder popular, simplemente se reunían en asambleas de un mínimo de seis mil ciudadanos de la polis, y escribían el nombre del potencial tirano en un trocito de cerámica. De ese modo, el político indeseable quedaba ostracizado por 10 años (“Ostracismo” es un término derivado de Ostrakon, el trozo de cerámica para escribir) exilado a un lugar alejado,  una isla lejos de la polis. Con todo, los griegos y su democracia, la cual data desde el siglo V a.C. nunca dejaron de tener problemas, y serios. Por ejemplo, no dejaron de justificar la esclavitud, con lo cual la democracia quedaba restringida sin lugar a discusión. Además, el ostracizado podía volver después de 10 años a tallar en asuntos políticos, lo que es un lugar común en la política de nuestros tiempos y en la falta de memoria de los pueblos, muy claro en naciones latinoamericanas.

Por más que la democracia griega es capítulo obligado e indispensable en toda currícula en Ciencia Política, el concepto de “lucha por el poder” que desarrollaron desde ese tiempo, ha demostrado ser insuficiente para solucionar problemas sociales.

En el mundo entero hoy, el debate político ocupa un lugar preponderante en la atención de los pueblos, y del mismo modo que con la democracia griega, parece no haber soluciones a ciertos problemas. Desde el hemisferio norte al sur, y de oriente a occidente, encontramos si no similares, preocupantes condiciones de desempleo, acalorados debates acerca de si el Estado debe elevar sus “gastos sociales” y con ello, los impuestos para atender, cual Genio de Aladino, a todas las necesidades de una población que va perdiendo, aún con las medidas más “socializantes” de la historia, poder no sólo adquisitivo sino creativo, capacidad emprendedora, libertad para producir bienes y servicios; si cobrar a los más ricos las “sobreganancias” o si debe de dejar ciertos programas sociales para cobrar menos impuestos y promover así el espíritu empresarial. En lugar de matar a la gallina de los huevos de oro, es decir la empresa inversora,  habría que preguntarse si el hábil gerenciamiento puede ser castigado con semejante concepto, y si no habría que revisar más bien la manera en que una corporación productiva se constituye, incluyendo a todos los que deberían ser accionistas en una iniciativa empresarial, de modo que en lugar de “sobreganancia” se obtengan ganancias en base a la propiedad de la corporación .  Más que un asunto político, es un tema moral, de voluntad de reconocer a quiénes realmente son propietarios de los recursos en una nación  que cuenta con la ignominiosa costumbre de maltratar a sus pueblos nativos. Pero “moral” no es un término aceptable en la política maquiavélica.

Podemos verlo en casi todo el mundo, especialmente en las naciones problema de estos días, por ejemplo Grecia,  Portugal, Irlanda y España en Europa, Estados Unidos en Norteamérica, Argentina en Sudamérica… la lista no escatima continentes. No importa cuánto se diga, y cuán democráticos estos países pretenden ser, igual que los griegos, no hallan justicia y equidad para todos.  Igual que la Roma de la República al Principado, los esquemas políticos y económicos son sometidos a constantes reformas, pero las protestas, las huelgas y el desacuerdo continúan, y ellas son la perfecta caja de incubación del caudillismo, del personalismo político y de las tiranías de Estado. Porque en los países que se autoconfesan más democráticos, tal democracia no es sino una idealización que permite a los grupos de poder manipular a los electores.

La pregunta sería ¿Qué puede permitir a una sociedad salir de ese conflicto entre los tres sectores clave “Estado social-pueblo descontento-grupos de poder financiero y productivo”?   Aquí es necesario recordar una famosa frase: “Los pueblos no aprenden de su historia”.  Porque ella, y la investigación académica de las casi ya dos últimas décadas, nos muestran no sólo qué naciones han tenido mejores resultados de acuerdo al grupo de civilización que conforman, grupos que en casi todos los casos se han conformado históricamente de acuerdo a la religión, sino también, en dónde el ser humano tiene la percepción de estar más satisfecho.  Es fácil ver que las naciones con mejores esquemas sociales, las más representativas en su esquema político, al menos en un período de su historia, pertenecen siempre al mismo racimo de naciones con claros fundamentos del Cristianismo Bíblico. Y ellas ostentan también esquemas de propiedad, ética de trabajo, ahorro familiar claramente superior al de otros racimos civilizacionales. “Last but not least”, mencionado al final pero lo más importante: fueron pueblos con una ética cierta, no promotoras del “pluralismo ideológico” con el que difícilmente una sociedad puede ponerse de acuerdo y marchar a pasos agigantados hacia el progreso.

Una frase más, extraída de un baúl de recuerdos sin dueño: “los pueblos felices no tienen historia”.  La clase política, los educadores en Ciencia Política, deberían mirar a aquellos países con la mejor calidad de vida del mundo, aquellos que prácticamente no tienen corrupción. La Ciencia Política, tanto como la historia de la gerencia, están llenas de conocimiento trasnochado y fracasado, de maquiavelos y de richelieus, de socialismos inoperantes y estatistas, y de imperialismos, y casi nunca en sus ámbitos se menciona la historia de los pueblos protestantes escandinavos, de la Suiza de Calvino, de la Holanda de Kuyper, historias que han quedado sepultadas por la ola del pluralismo y el humanismo que hace de no pocas de esas naciones hoy naciones ya en decadencia.  Indaguemos de los conocimientos de la mayoría de políticos conocidos. Mientras la mención de Macchiavelo, Hobbes o Marx es casi segura, será muy difícil que sepan con certeza cómo Suiza logró tanta equidad y educación inclusiva en siglos pasados, o cómo la Finlandia de hoy obtuvo un índice cero de corrupción. La historia de naciones realmente exitosas –no sólo hegemónicas o poderosas militarmente- es casi desconocida a la “clase política” que por su falta de entendimiento de criterios ciertos no puede realmente gobernar sociedades.

Y ya que al parecer los pueblos felices no tienen historia, hurguemos hasta hallarla. Porque en realidad sí la tienen. Al igual que las raíces profundas de un árbol frondoso, los fundamentos de una sociedad pacífica y próspera están ocultos en historias no contadas, y ello es cierto en especial de muchos pueblos europeos cuya falta de truculencia los hace pasar desapercibidos por los noticieros. En este tiempo de política híbrida, de alianzas partidarias incomprensibles, de jaloneos para dar y quitar funciones al Estado, de discurso socializante para calmar a las poblaciones desempleadas, subempleadas y temerosas del futuro, es necesario mirar a aquellos pueblos en donde casi no se ha escuchado el fragor de batallas dignas de ser incluidas en la historia universal, aquellas en donde cada etnia encontró su valor , en donde la educación para todos, la ética de trabajo y la propiedad generalizada fueron piedras fundamentales.

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