Tú oyes la oración… El que hizo el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá?
Salmos 65:2 y 94:9.
Orar no es repetir una y otra vez frases comodines aprendidas de
memoria. No, orar es dirigirse a Dios al igual que un hijo habla a su
padre, con confianza y respeto. Millones de personas en toda la tierra
pueden hablar con el Señor al mismo tiempo, pues ningún pensamiento de
ningún hombre puede escapar a su perfecto conocimiento. Varios Salmos de
David así lo afirman: “Tú has conocido mi sentarme y mi
levantarme… Todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la
palabra en mi lengua, y he aquí, oh Señor, tú la sabes toda” (Salmo 139:2-4). “Desde
los cielos miró el Señor; vio a todos los hijos de los hombres; desde
el lugar de su morada miró sobre todos los moradores de la tierra” (Salmo 33:13-14).
Orar es exponer a Dios nuestras tristezas y necesidades, también es
darle gracias. Es tener la seguridad de que él escucha y responde según
su conocimiento perfecto de lo que es bueno para cada uno de los suyos.
Si nos habla por medio de su Palabra, la Biblia, quiere que nosotros
también le hablemos por medio de la oración. Dios es amor, y el hecho de
que nos escuche es la prueba de ello.
Jesucristo, Dios hecho hombre, es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5).
Aunque a menudo sus oraciones sean torpes, los creyentes se gozan
orando a Dios por medio de Jesucristo o en su nombre. Jesús también
enseña a los suyos a dirigirse a Dios como al Padre, a quien él les dio a
conocer, y los anima diciéndoles: “El Padre mismo os ama” (Juan 16:27).
Fuente:amen-ame.net
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