No hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. – Romanos 3:22-23.
Para esa ceremonia se había puesto la camisa más hermosa que tenía,
cuyo blanco resplandeciente hacía resaltar los colores de la corbata.
Desgraciadamente, al guardar su bolígrafo en el bolsillo interior de la
chaqueta, la tinta hizo una minúscula mancha. El hombre pensó que un
poquito de agua tibia disolvería esa mancha, pero la tinta se esparció y
la manchita se convirtió en una gran aureola. ¡La camisa ya no le
servía para ir a la boda!
Así es mi vida a los ojos de Dios. Está manchada, impropia para estar
en su presencia, debido a la más pequeña mentira. La mínima falta hace
de mí un pecador.
Quizás alguien diga: «¡No compare un criminal con una persona que sólo
ha dicho una mentira!». En efecto, hay una gran diferencia entre los dos
respecto a la vida en sociedad. Por esta razón la ley penal clasifica
las faltas en diferentes categorías y aplica una mayor sanción según la
gravedad de la falta. Pero Dios no juzga según las leyes humanas. Él
mira nuestro corazón, nuestros pensamientos y acciones. A sus ojos
todos, sin excepción, estamos manchados por el pecado y separados de él,
estemos o no en la cárcel por el mal que hayamos cometido.
Pero gracias a Jesús, todos podemos ser perdonados. No tenemos
necesidad de pagar por nuestros pecados ni purgar la condena que
merecemos, pues Jesús tomó nuestro lugar muriendo en la cruz.
Fuente:amen-amen
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