El amor no tiene envidia.– 1 Corintios 13:4.
Nosotros también éramos en otro tiempo insensatos… viviendo en malicia y
envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. – Tito 3:3.
Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias. – 1 Pedro 2:1.
En pocas palabras, amar a alguien es desearle el bien; no amarlo es
desearle el mal, o simplemente ser indiferente a lo que le sucede. Ser
envidioso (o celoso) es desear para sí lo que tiene el otro, e incluso a
veces desear que el otro no lo tenga. Cuando el amor ve que alguien
triunfa o es talentoso, se alegra por él; se alegra por la alegría de
los demás. Amar es poner en primer lugar al prójimo; en cambio, ser
envidioso es pensar primeramente en uno mismo.
La envidia no es una falta menor, inofensiva, sino que puede causar
terribles estragos. Los hermanos de José lo vendieron porque le tenían
envidia (Génesis 37; Hechos 7:9); del mismo modo los jefes religiosos
entregaron a Jesús a Pilato (Mateo 27:18). Podemos encontrar muchos
otros ejemplos parecidos en la Biblia, al igual que en la vida de las
familias, empresas y naciones.
Amigos creyentes, cada vez que somos conscientes de que en nuestro
corazón hay un sentimiento de envidia, podemos estar seguros de que no
proviene del amor. Podremos rechazarlo más fácilmente si pensamos en el
Señor Jesús quien, como persona divina, no se aferró a ser igual a Dios,
sino que “se despojó a sí mismo” (Filipenses 2:6-7). ¡Qué modelo de
amor y renunciamiento!
Fuente:Amen-amen.net
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