lunes, 13 de febrero de 2012

Rev. José Soto - Señor, ¿qué quieres que yo haga?



Cuando Cristo se reveló a Saulo, éste le abrió su corazón e hizo una pregunta que cambiaría para siempre su existencia: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Aquella alma salvada tenía un objeto y un propósito inherentes, e inmediatamente se puso a la disposición de su Salvador.
 “Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9:3-6).
 
 La conversión de Saulo de Tarso marcó una etapa importante y crucial en la historia de la Iglesia, y asimismo fue la bisagra que abrió la puerta a una visión más amplia del propósito de Dios dentro de su Obra. El enemigo había estado atacando dura y violentamente a la Iglesia recién nacida, por cuanto sabía que mientras hubiese un pueblo alcanzado por la redención, éste sería un ejército poderoso que lo vencería.
 
 I. DE PERSEGUIDOR A SIERVO DE JESUCRISTO
 
 Convencido de que hacía lo correcto, y porque sentía que el judaísmo era amenazado por el cristianismo, Saulo perseguía a los cristianos sin misericordia con la meta de extirpar de ellos la fe en Jesucristo. “Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel” (Hechos 8:3). Definitivamente, Saulo ignoraba que él era una marioneta en las manos del diablo, y que éste estaba usando su fanatismo religioso para perpetrar sus ataques contra la Iglesia de Cristo.
 
 Sin embargo, desde que Saulo presenció la muerte de Esteban, el primer mártir de la iglesia, en su conciencia se había quedado grabada la imagen de aquel varón arrodillado, pidiéndole a Dios que no tomase en cuenta el pecado de aquellos que lo mataron injustamente (Hechos 7:60). A pesar de su oposición abierta contra el cristianismo, Saulo había sido traspasado por el Evangelio que Esteban predicó el día de su muerte, y la Palabra que sembró aquel hombre de Dios estaba dando resultado. En efecto, desde que el Evangelio fue sembrado en su corazón, Saulo se sentía aguijoneado por las dudas, y luchaba contra ellas; mas su alma estaba al descubierto ante los ojos de Dios, y por lo tanto, Cristo le dijo: “Dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hechos 9:5).
 
 Dios estaba esperando, pues, el momento oportuno para cruzarse en el camino de Saulo. Y ese momento llegó cuando éste se estaba dirigiendo a Damasco, con la intención de atacar y arrestar a los cristianos refugiados allí. Cuando Cristo se reveló a Saulo, éste le abrió su corazón e hizo una pregunta que cambiaría para siempre su existencia: “¿Qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). Aquella alma salvada tenía un objeto y un propósito inherentes, e inmediatamente se puso a la disposición de su Salvador.
 
 II. LOS RETOS Y LOS SUFRIMIENTOS DE LA VIDA DE SERVICIO
 
 “Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9:6). Después de levantarse, Saulo se percató de que se había quedado ciego; mas siguiendo las directrices de Dios, entró en Damasco y esperó allí hasta que el Señor le dijera lo que tenía que hacer. Así lo hizo, y estuvo tres días en ayuno esperando la respuesta a su pregunta.
 
 Mientras tanto, Dios le dio una visión a otro discípulo llamado Ananías, y le ordenó que fuese a orar por Saulo de Tarso. Por supuesto, Ananías sabía quién era Saulo y cuáles eran sus primeras intenciones al llegar a Damasco, mas aquel hombre de fe no vaciló en su obediencia, aun sabiendo que con ello exponía su vida, en términos racionales y humanos, por ende, Ananías no era conocido por los hombres. Eso sí, aunque quizá los hombres ignoraban su existencia, Dios lo conocía y lo convirtió en el instrumento que entregaría su mensaje al ex perseguidor de la Iglesia.
 
 Dios le reveló a aquel discípulo humilde cuál sería el ministerio de Pablo. “El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hechos 9:15-16). También Ananías tuvo el privilegio de imponer sus manos sobre Pablo para que éste recibiera la vista y fuera lleno del Espíritu Santo (Hechos 9:17).
 
 Las palabras que Dios le dijo a Ananías sobre Saulo denotan cuán alta calidad de servicio Dios exige por parte de sus instrumentos. Y ciertamente, el servicio a Dios nunca es sencillo, simple ni tampoco fácil. En su llamado al servicio, Dios involucró todas las áreas de la vida de Pablo, el sufrimiento inclusive. Quizá sonaba pomposo e importante de predicar ante los reyes y los emperadores de aquel tiempo, mas aquella misión se llevó a cabo; el precio pagado fue: cadenas, prisiones, castigos, torturas y hasta la muerte por decapitación.
 
 Cuando Jesús llegó a Betania, María se preguntaba qué podría ofrecerle al Señor, por cuanto su hermana Marta le había regalado con sus mejores manjares. No obstante, ella se acordó de repente que también tenía algo valioso que ofrecerle a Cristo: un vaso de alabastro que contenía un perfume de nardo puro muy costoso que servía de dote a las novias. En un servicio de consagración a Dios, María renunció a su dote (e incluso a la posibilidad de casarse), y rompió aquel frasco para derramarlo a los pies del Maestro; entonces la casa entera fue llena de la exquisita fragancia. Esto significa que en nuestras vidas siempre hay algo, algún talento, que vale la pena poner en las manos de Dios para bendición de otros.
 
 El Señor está contando con nosotros para que le sirvamos, pero todo depende de nuestra disposición parar hacerlo. No podemos, pues, defraudar el propósito para el cual hemos sido perdonados.
 
 III. LLAMADOS Y CAPACITADOS PARA EL SERVICIO
 
 Dios siempre llamó a personas para capacitarlas con el fin de que llevasen a cabo sus planes. Nuestro amado Salvador escogió a doce apóstoles para que le rodearan y fueran su elite principal; mas aun así, tres de los discípulos eran más cercanos a Él, y de los tres Juan fue el que más intimó con Jesucristo.
 
 Ninguno de los apóstoles escribió como Juan acerca del Maestro. A diferencia de los demás Evangelios, Juan inicia su Evangelio con una estremecedora profesión de su fe en su divinidad. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y la tinieblas no prevalecieron contra ella” (Juan 1:1-5).
 
 La parábola de los talentos es portadora de un mensaje poderoso (Mateo 25:14-30). El Señor repartió talentos a varios de sus siervos según la capacidad de cada uno; mas al último solamente le entregó un talento para que éste lo hiciera fructificar. El error de aquel hombre consistió en pensar que al no haber recibido una mayor cantidad de talentos, podía arrogarse el derecho de no hacer nada. Sin embargo, nadie en el Reino de los Cielos tiene ese derecho. No hay una posición neutra que podamos adoptar: el que había recibido un talento podía haberlo duplicado. Un talento era la más alta medida que se usaba para el oro, la plata y los metales preciosos, y un talento, de por sí, era muy valioso; mas aquel perezoso no lo quiso entender, y dejó morir el talento al enterrarlo… ¿Dejará usted también morir su talento al enterrarlo y no dejarlo fructificar?
 
 Dios ha llamado y dotado con un poder especial a sus santos: “Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de Él, la cual actúa poderosamente en mí” (Colosenses 1:27-29). La dinámica de este ministerio no radica en el grado académico, en la madera regular de la que estamos hechos, ni tampoco los alcances económicos, sino el poder de Dios moviéndose en cada uno de nosotros. Es menester que sigamos la dinámica de Dios, y prediquemos el Evangelio por cualquier medio que Dios ponga a nuestro alcance.
 
 El camino de la vida de servicio y de consagración es angosto, y el que quiera seguirlo hallará obstáculos y oposiciones. Cuando Saulo de Tarso inició su ministerio, sintió el rechazo de los judíos que planeaban matarlo, y de la propia Iglesia que no confiaba en él, ni creía en su salvación genuina. “Cuando llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo” (Hechos 9:26).
 
 La batalla de la fe no ha cambiado durante el transcurso de los siglos, sino que, por el contrario, se ha arreciado. Tenemos que batallar contra tres enemigos: el mundo, la carne y el maligno. La victoria sobre el mundo estriba en nuestra separación con él; la victoria sobre la carne en crucificarla y no manchar nuestro testimonio; la victoria sobre el enemigo de nuestras almas en llevar puesta la armadura que detiene sus dardos encendidos.
 
 Satanás es un experto en hacernos ver nuestra entrega a Dios como algo inútil. Sin embargo, él no tiene parte ni suerte con nosotros, y Cristo aseveró que las puertas del infierno no prevalecerían contra la Iglesia. ¿Acaso no es éste un potente grito de guerra? Los gobiernos del mundo legalizan el pecado y el mundo intenta seducir al pueblo de Dios con sus sistemas, sus tentaciones y su vida barata… Más ¿tiene la Iglesia de Dios parte ni suerte con el mundo? ¿Debemos imitar al reino de este mundo para que nos acepte? ¡De ninguna manera! Hemos sido llamados para ponernos a luchar en el frente de batalla, no para retroceder ante el enemigo.
 
 Los guerreros de Dios siempre son una minoría calificada. Los siete mil hombres que no doblaron sus rodillas ante Baal ni lo besaron tan sólo se abstuvieron de la idolatría, mas nunca pelearon abierta y públicamente contra ella por miedo a las represalias de la reina impía Jezabel (1 Reyes 19:18). Dado que los siete mil se escondían, y no testificaban de su fe en Jehová, su potencial inutilizado se reflejó en el ministerio de poder de Elías. Este profeta valiente y aguerrido no temió en enfrentarse solo contra el pueblo, los profetas de Baal y la misma Jezabel para defender el nombre de Dios.
 
 Los siete mil eran un residuo fiel, pero ineficaz. Y así también hay gente en las congregaciones que son muy fieles, pero no son aguerridos y se comportan con pasividad. La falta de apoyo generó el desaliento en Elías, y el diablo tuvo un aliado dentro del campamento de Dios. ¿Será usted uno de esos siete mil fieles a Dios más ineficaces en lo que se refiere a su misión?
 
 CONCLUSIÓN
 
 Hermano, ¿puede Dios contar con usted? ¿Está usando su potencial para la gloria de Dios y el beneficio tanto del mundo como de la iglesia? Es hora de que nos pongamos a trabajar, y desenterremos el talento que hemos escondido bajo tierra. Si no lo hacemos, tendremos que oír la dura reprensión de nuestro Señor, diciéndonos: “Siervo malo y negligente… Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 25:26-30).

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