viernes, 3 de febrero de 2012

Rev. Rubén Concepción - Portadores de las Aguas de Bendición


“Si alguno tiene sed venga a mí y beba. El que cree en mí como dice la Escritura de su interior correrán ríos de agua viva.”Juan 7:37-38

 “Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he aquí aguas que salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente; porque la fachada de la casa estaba al oriente, y las aguas descendían de debajo, hacia el lado derecho de la casa, al sur del altar. Y me sacó por el camino de la puerta del norte, y me hizo dar la vuelta por el camino exterior, fuera de la puerta, al camino de la que mira al oriente; y vi que las aguas salían del lado derecho. Y salió el varón hacia el oriente, llevando un cordel en su mano; y midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos. Midió otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta las rodillas. Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta los lomos. Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado. Y me dijo: ¿Has visto, hijo de hombre? Después me llevó, y me hizo volver por la ribera del río.
 
 Y volviendo yo, vi que en la ribera del río había muchísimos árboles a uno y otro lado. Y me dijo: Estas aguas salen a la región del oriente, y descenderán al Arabá, y entrarán en el mar; y entradas en el mar, recibirán sanidad las aguas. Y toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río. Y junto a él estarán los pescadores, y desde En-gadi hasta En-eglaim será su tendedero de redes; y por sus especies serán los peces tan numerosos como los peces del Mar Grande. Sus pantanos y sus lagunas no se sanearán; quedarán para salinas. Y junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina.”Ezequiel 47:1-12.
 
 Cuando nos acercamos al libro del Profeta Ezequiel nos encontramos con un hombre llamado por Dios para ministrar al pueblo de Dios que está en cautiverio. Ezequiel fue fortalecido por Dios, capacitado y enviado por Dios. Es considerado el hombre de las visiones. Él contempló la decadencia espiritual que hubo en Israel que provocó que la Gloria de Dios abandonara el templo (Ezequiel 8-11). Pero luego pudo contemplar cómo la Gloria de Dios regresaba al templo (Ezequiel 40-48).
 
 En el capítulo 47, él describe la visión que tiene relacionado con las aguas que salían del Santuario de Dios. Cuando analizamos este capítulo nos encontramos con unas lecciones espirituales para nuestra vida. Vemos lo que somos, desde la perspectiva de Dios. Además cuál es nuestra responsabilidad y privilegio como instrumentos o vasos en las manos de Dios.
 
 Al aplicar esta porción de las Escrituras a nuestra vida, nos damos cuenta que somos santuario de Dios. Pues la Palabra de Dios establece que somos “templo del Espíritu Santo”. Como templo de Dios somos fuentes o portadores desde la cual fluyen las aguas de bendición y gracia divina. El Señor Jesús dijo: “Si alguno tiene sed venga a mí y beba. El que cree en mí como dice la Escritura de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:37-38).
 
 El ser llenos de las aguas de la bendición es producto de la fe. El Señor dijo: “El que cree en mí”. No dijo el que cree en las instituciones políticas, religiosas, económicas. Tampoco dijo; el que cree en las palabras de los hombres. Él dijo: el que cree en mí. Es solamente en Él. Él es el fundamento de nuestra fe. Muchos tambalean y caen porque ponen su confianza en las instituciones o en las cosas terrenales. Por eso es que cuando vienen los vientos son como la “onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra” (Santiago 1:6).
 
 Pero los que fundamentan su fe en los postulados de la Palabra de Dios, sus vidas se convierten en fuentes, cuando las lluvias de la bendición de Dios llenan nuestro interior de la presencia sublime y maravillosa del Espíritu Santo. Por lo tanto, nos convertimos en portadores de las aguas de la bendición.
 
 Ahora bien, ¿para qué somos llenos de la presencia de Dios? ¿Cuál es el propósito de Dios con nosotros? Ante estas preguntas, nos amparamos en esta porción para ver ese proceso de Dios en nuestras vidas.
 
 Lo primero que podemos observar en este pasaje es que las aguas corrían hacia fuera. Esto nos habla del creyente que está agradecido de lo que Dios le ha dado, siempre está dispuesto a compartir lo que tiene con los demás. Uno de los propósitos del Espíritu Santo en nuestras vida es que sirvamos con lo que tenemos, lamentablemente hay muchos que esperan tener en abundancia para dar. Pero realmente no tienen porque no dan. Este es el principio divino; mientras más damos en la Obra de Dios, más recibimos de Dios.
 
 Es necesario poner a la disposición de Dios y de esta Obra aquellos recursos que Él nos ha dado. No todos tienen un llamado a las misiones pero todos podemos hacer misiones. Dios ha dado talentos, dones y operaciones con el propósito que su nombre sea engrandecido. Es necesario el recurso humano, económico, profesional y técnico para que la Obra de Dios se pueda desarrollar como todo un buen organismo que está bien organizado. Por lo tanto es necesario correr hacia fuera, hacia los lugares donde hay la verdadera necesidad. “Cuando comenzamos a dar comenzamos a recibir”.
 
 Al observar este pasaje, Ezequiel 47:1, nos dice que las aguas salían del santuario, que es la casa de Dios. La casa de Dios representa nuestra vida consagrada, dedicada y entregada a Dios. Muchos quieren llevar el mensaje de Dios pero no quieren vivir a la altura del mensaje. Muchos quieren proclamar la Palabra de Dios pero no quieren conocer al Dios de la Palabra.
 
 Hay tantos que son portadores de aguas que producen enfermedad y muerte espiritual. “Nadie puede ser de bendición a otros a menos que no haya recibido bendición de Dios”, nadie puede dar aguas limpias si su vida está contaminada con las cosas del mundo. El Señor exige consagración. Él demanda una entrega total.
 
 Vemos que las aguas que corrían hacia fuera salían de “debajo del umbral”, el umbral es un escalón para subir o entrar a la casa. Y nos habla de una vida de humildad y sencillez. El portador de las aguas no depende de sí mismo, sino de Dios. “Cuando nos humillamos” ante la presencia de Dios y le pedimos a Él que nos instruya y nos revista de su gracia entonces Dios comienza a derramar sobre nuestras vidas y dentro de nuestros corazones su magnífica presencia y su “Santo poder” Surge una combinación maravillosa pues lo humano y débil nuestro es complementado con lo divino y sobrenatural.
 
 Por lo tanto nos convertimos en portadores de las aguas de la bendición reconociendo que somos “santos y humanos”. La humildad es una virtud y cualidad en la vida de los creyentes que verdaderamente están llenos del Espíritu Santo de Dios. Al verdadero hombre de Dios las alturas no le marean porque ha aprendido a estar sobre la cumbre de la misma forma que estuvo Jesús, crucificado.
 
 Estas aguas corrían hacia el oriente, hacia el nacimiento del sol. El verdadero creyente camina a la luz de la Palabra de Dios. Sabe y reconoce que Dios está arriba en lo alto (su trono) y sus ojos escudriñan toda la tierra.
 
 Así que, su caminar es de fe, su visión es amplia y segura. Aunque vive en el marco del tiempo (pasado, presente, futuro), nunca mira al pasado para anhelarlo como el pueblo de Israel, tampoco se detiene en el presente circunstancial para vivir, en el lamento como le sucedió a Samuel. Hace como el apóstol “olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta al premio del supremo llamamiento” (Filipenses 3:13-14). Ese es el lema de esta obra proseguir y avanzar hasta cumplir la gran comisión. La fortaleza del verdadero portador, es proseguir para seguir dando las aguas de la bendición aunque eso conlleve sacrificio, dolor y menosprecio.
 
 El verdadero creyente lleno del Espíritu Santo corre hacia el oriente, hacia el nacimiento de un nuevo día. Para poder realizar esta gran tarea de llevar las aguas de la bendición a un mundo que es árido y estéril, es necesario que haya un proceso de crecimiento y madurez. Sabemos y comprendemos que el Reino de los Cielos se hace fuerza y los valientes lo arrebatan.
 
 Todo tiene un comienzo. Nadie nace realizado. Cuando vemos este pasaje, Ezequiel 47, nos damos cuenta que el profeta fue invitado para que entrara a las aguas.
 
 Quiere decir que antes que las aguas de la bendición entren en nosotros para convertirnos en bendición, nosotros tenemos que entrar a ellas, en las aguas, para que seamos saturados de lo divino. Vemos que Dios tiene su plan bien diseñado. La primera distancia (mil codos) representa el inicio del Espíritu Santo en nosotros. Viene como silbido apacible y delicado. El Señor habló a sus discípulos y les dijo que el Espíritu Santo moraba con ellos y que estaría en ellos (Juan 14:7). Esto nos habla de una íntima comunión. Cuando hay una verdadera comunión, no hay gritos de desesperación, sino un silbo apacible como lo experimentó el profeta Elías. Así es el inicio de la vida que ha de llevar las aguas de la bendición.
 Comienza con obediencia y sensibilidad. Tenemos que ser sensibles a los toques del Señor. Su deseo es hablarnos al corazón. Pues las Palabras divinas sembradas en un corazón humilde se convierten en fuertes fundamentos de la fe. Pero si estamos lejos o distraídos nos tendrá que hablar con truenos, relámpagos, fuegos y terremotos.
 La comunión con Dios nos conduce a una relación más profunda con Él. Cuando el agua llega hasta las rodillas nos postramos y permitimos que el Espíritu Santo nos ayude en nuestra debilidad. Cuando nos postramos (Ezequiel 47:4). Podemos oír su voz que nos fortalece para poder interceder por los pueblos, las naciones y la Obra de Dios.
 Luego nos paramos en la brecha y clamamos por misericordia. Tenemos que meternos en las aguas hasta las rodillas; “la humildad no está en espera de grandes hombres de ciencia y políticos ni grandes predicadores elocuentes; sino esperando un hombre, un pueblo que viva de rodillas y se aun intercesor”. Hay que meternos en las aguas hasta las rodillas.
 
 “Mil codos más”. Por tercera ocasión el mensajero invita al profeta a que entrara más profundo, “hasta los lomos (la cintura)”. Esto representa la vida ceñida al Espíritu Santo. Cuando Cristo llena nuestras vidas hay cambios, ya no nos ceñimos nosotros, sino que otro nos ciñe, nos ciñe el Espíritu Santo y recibimos autoridad de Dios para proclamar su Palabra. El deseo de Dios es tomar control de nuestras vidas para poder caminar por la senda de la fe con seguridad, certeza y convicción de ver el futuro bajo la perspectiva divina. Por lo tanto, mil codos más es la medida que nos sumerge en las aguas provocando una rendición a la obra del Espíritu Santo. Es el momento cuando no hay más resistencia, es el momento cuando Dios toma el control de nuestras vidas.
 
 Dejamos lo que era de niños y nos convertimos en hombres y mujeres capaces de realizar la Obra de Dios con valor, determinación y entrega. Cuando Dios toma el control en nuestras vidas nuestra escala de valores cambia. Todo lo valorizamos desde la perspectiva de las riquezas que haya en Cristo Jesús. Pasamos de lo insignificante a lo maravilloso.
 
 El varón le preguntó al profeta: ¿Has visto hijo de hombre? En otras palabras comprendes lo que Dios espera de ti (nosotros). Los resultados de las aguas de la bendición han sido y seguirán siendo maravillosos. Produjo frutos para alimentar, sanidad para el enfermo y vida a todo lo que estaba muerto.
 
 Todo esto vino como resultado de la Gloria de Dios que había entrado en el Santuario. Nosotros somos templo del Espíritu Santo cuando permitimos que la presencia de Dios llene nuestras vidas y empiece a fluir esa fuente en nuestro interior.
 
 Es tiempo de dejar todo lo rutinario, estéril y vacío. Es tiempo de romper con tanto formalismo religioso y meternos a las aguas. Pero tiene que haber un inicio y estar dispuestos a meter nuestros pies en el agua del Espíritu Santo y comenzar a obedecer.
 
 Atrévete a entrar a las aguas de la bendición, sumérgete por completo, hasta que te conviertas en una verdadera fuente que brota aguas de vida eterna. Entonces estarás listo para saciar la sed que tienen aquellos que te rodean. Solo tienes que probar. Pruébalo y te convertirás en un portador de las aguas de la bendición.

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